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Querido Hermano,

Nuestra última conversación se torno complicada en su segunda parte y fue interrumpida -quizá para fortuna nuestra- por asuntos que requerían tu atención. En lugar de volver a llamarte, pensé mejor intentar una carta, que a veces puede servir para reflexionar las cosas, de una manera más serena.

Te escribo con el cariño de siempre, aunque triste por el curso de nuestra última conversación, que -podría pensarse- se salió del tono tan amoroso en el que había comenzado y termino en un tono tenso e infeliz. A pesar de que eso se siente feo, hay algo que me sirvió y eso fue el poder entender un poco mejor al malestar profundo de mi alma, frente al curso tan inesperado que ha tomado la batalla ideológica de los años recientes en México y en el mundo.

El peligro de las batallas es que todas ellas tienen a sus combatientes y cuando caemos en ellas, tarde o temprano habremos de cargar contra el enemigo, sin importar que sea real o imaginario.

Si consideras por un momento que desde niño odié la guerra, incluso antes de que amara los libros y la imaginación, tal vez puedas mirar desde otro lugar lo que me pasa frente a la polarización y a la intolerancia.

De mi rechazo natural a la guerra y al abuso en cualquiera de sus formas, nació mi amor por los libros, que no es otra cosa que el amor por la imaginación y por la exploración de las innumerables formas en que podemos contar la realidad.

Los libros, la literatura, los intelectuales, la historia, la ciencia, la filosofía, las preguntas y los cuestionamientos se volvieron mi compañía, frente a temas y preocupaciones que parecían no inquietar a todos de la misma manera. Has de saber que esa compañía es algo que amo tan profundamente como amo a mis seres queridos, de allí que siempre reaccionaré con recelo cuando se ataca de forma genérica a “los intelectuales”.

Si consideras estas cosas, tal vez puedas comprender mejor mi preocupación cuando veo que las contradicciones materiales de nuestra sociedad, toman nuevamente en la historia el rumbo de la intolerancia, que lamentablemente no es algo nuevo. Aunque si es nuevo en nuestro tiempo de vida, la forma y el nivel que la intolerancia está tomando, donde hasta los hermanos que quieren abrazarse terminan confrontados por un abismo que parece separarlos irremediablemente.

En estos tiempos de polarización, en que la política se ejerce a partir de la definición del enemigo, yo me siento como el necio que quiere ser conciliador en medio la guerra, y que no se resigna a la persistencia de los bandos en verlo a incluirlo también entre los defensores “del bando enemigo”.

Frente a un mundo que no quiere oír, yo quisiera gritar que también en la razón del enemigo hay algo que nos hace falta. Y que hasta que no lo recuperamos no podremos estar completos.

Con todo, estoy consciente que esta carta de carácter personal no es el espacio propicio para desmenuzar la complejidad de la política, de la historia, ni mucho menos de las preocupaciones de mi espíritu. Pero te cuento todo esto porque intento que me veas y me reconozcas -también- cuando estoy tratando de ser un buen Mexicano y un buen ser humano.

En lo personal, te comparto algo que me parece significativo de nuestra reciente plática en que me amablemente me llamaste pare expresarme cosas muy bellas, acerca de mi y de mi persona, y que lamentablemente, después transitó -a pesar nuestro- al tono de la polémica y el desencuentro. Curiosamente, hay algo que agradezco de ello y es que me permitió comprender mejor ciertos aspectos no solo sociales, sino también personales y familiares presentes en la inquietud persistente que siento en este tiempo en que veo como la intolerancia quiere devorar al mundo bajo el influjo de la llamada “pos-verdad”, bajo la cual los datos objetivos y los hechos se hacen a un lado para priorizar las opiniones y las reacciones emocionales.  

Me preocupa porque cuando el enojo es el eje y el motor, la venganza se vuelve el centro y el noble objetivo se vuelve secundario.

Me preocupa que en este caso, nuestros problemas aparentemente personales no son solo malentendidos o discusiones ocasionales entre hermanos. Mi percepción es que, más allá de lo personal, nos arrastrando la historia, en un momento en que las limitaciones de la democracia han generado un hartazgo emocional que apunta al autoritarismo y del que sabemos por experiencia, que nunca satisface las necesidades del pueblo, sino que casi siempre se convierte en un sufrimiento aún mayor. No estoy seguro que siempre suceda así. Por ejemplo, tengo mis dudas por ejemplo en el caso de China, pero prefiero el caso escandinavo donde la libertad capitalista es atemperada por la solidaridad de socialista y el peligro del autoritarismo de estado es atemperado por el respeto a la libertad individual y a la diversidad.

Supongo que puede parecer raro que en una carta personal, se mencionen conceptos o problemas de teoría política. Pasa que estas inquietudes aparentemente conceptuales o simplemente “intelectuales” no se quedan en las páginas de los libros o los artículos de opinión, o en la esfera de nuestros pensamientos, sino que se aparecen en el mundo físico y nos tocan a la puerta inevitablemente. Por eso es que no pueden ni deben ser ignorados.

Para mi, estas inquietudes se vuelven mucho mas alarmantes cuando veo que la polarización ha entrado al seno de mi familia, generando división y distancia, haciendo a veces que la conversación en lugar de acercarnos y enriquecernos nos parece dividirnos y dejarnos mas pobres.

Debo dejar claro que no dudo ni por un momento, que seguramente también a mi se me escapa una dimensión de lo que vives frente a este problema y frente a la situación actual. Por ello, el impulso de mi alma es que pudiéramos luchar por comprender más, por mirar allá, hasta donde no hemos podido mirar todavía y buscar en algún lado ese espacio que se nos escapa y en el que no estamos divididos, sino unidos por los mismos valores esenciales.

Con todo, necesito decir que nuestra plática, feliz en su primera parte y terrible en su segunda parte, me permitió entender con mucha mejor claridad el porqué en ocasiones me siento discriminado y rechazado a diferentes niveles por mis hermanos y en extrañamente, en particular por ti, quien en ocasiones eres también el mas afectuoso conmigo. Por supuesto no sería justo generalizar, ya que cada uno de mis hermanos(as) tiene su propia manera de navegar esta problemática. Ha sido refrescante que en ocasiones, también he recibido muestras de un esfuerzo genuino por escuchar y compartir que me animan a creer que el amor al final puede prevalecer. Pero si parece haber una tendencia en común entre ustedes en la que yo me quedo fuera (pongo énfasis en la palabra, aparenta… seguro hay mucho que no veo.) Al final me refiero en este punto a aun sentimiento. Nada más y nada menos.

El caso es que cuando esto sucede, me siento lastimado por el filo de la intolerancia. Y lo peor es que creo que ni siquiera es por algo entre nosotros, sino por la instigación de una propaganda ejercida desde el poder, que nunca antes se ejerció a los niveles en que vemos hoy. No en México por lo menos. Es como si alguien se hubiera metido entre nosotros sembrando división y que se lo estamos permitiendo. Esa instigación que puede poner a hermanos contra hermanos, yo no la había vivido ni visto tan cerca, ni siquiera en todos los sexenios de la corrupción del priismo o el panismo que constituyen buena parte de nuestra historia. Había toda clase de cosas terribles, que todavía continúan, pero nunca nos dividieron, porque desde nuestro origen, venimos de la misma raíz y estoy convencido de que compartimos los mismos valores esenciales.

Y en el caso de nuestra última conversación, mi malestar ni si siquiera surge de la parte “polémica” de nuestra conversación, sino en la contradicción absurda que existe entre las dos partes de nuestra conversación: la parte en que me sentí abrazado por lo que piensas de mí y la parte en que me siento despreciado por lo que piensas de mí.

Me refiero al contraste tan chocante entre el aprecio explicito cuando me compartiste acerca de los comentarios tan bonitos de mis sobrinas sobre sus experiencias en mis talleres y también tu opinión tan generosa acerca de mí y de mi labor, frente a lo que posteriormente me revelaste, de que te niegas siquiera a abrir -ya no digamos a considerar- mis mensajes ocasionales cuando se tratan de asuntos o eventos importantes en el presente de nuestro país y que nos afectan a todos.

Y aquí está el problema donde puedo parecer necio, pero acaso estoy sufriendo un problema que aparentemente nadie quiere ver: la receta de “no hablemos de política porque nunca vamos a hacer cambiar de forma de pensar” no resuelve nada. Es como meter la basura debajo de la alfombra. 

Imagina si yo no estuviera dispuesto a escucharte porque considerara que lo que dices no merece mi tiempo ni mi consideración. Si diera por descartado que puedas saber algo que yo no sé. Si yo creyera que no puedo aprender nada al escucharte. Si albergara la creencia de saber de antemano lo que me vas a decir y  le quitara el valor a tus dichos DESDE ANTES DE HABERLOS ESCUCHADO. Si así lo hiciera, te estaría diciendo implícitamente que lo que dices y lo que piensas no vale nada para mi y por eso no leo los mensajes que me mandas, y que no me importa la buena voluntad, la preocupación o el amor genuino con el que los mandes.

Ese es el sentimiento que provocan tanto los llamados a que se callen, como la descalificación  personal  de aquellos que que piensan diferente, ya sea que vengan de la presidencia de un país o de un hermano.

Por eso cuando me revelaste tu decisión deliberada de nunca leer los mensajes que ocasionalmente les envió, con la intención de que conozcan algún elemento informativo del que podrían -quizá- no estar enterados y que pienso que pueden tener consecuencias importantes, me sentí rebajado al nivel de aquellos a quienes se les cancela bajo la idea de que lo que tienen que decir es tan inútil, falso o perverso, que no merecen que se les escuche y mucho menos que se consideren sus puntos de vista.

Eso… ¿después de que me habías expresado tanto aprecio y admiración por mí y por mi labor?

Es como si te dieran un abrazo fraternal y a continuación te dieran una bofetada.

Tienes que saberlo. Cuando hago un taller, cuando escribo un libro, cuando trato de levantar a un ser humano que se siente caído; cuando busco en el encuentro con la naturaleza la serenidad para poder reflexionar acerca de la luz y de la sombra que tenemos los seres humanos, soy exactamente la misma persona y me mueven exactamente las mismas motivaciones que cuando me preocupo por la política o por los problemas sociales en México y del ser humano en general. ¡No soy dos personas, una noble y admirable y la otra arrogante y necia cuyas cartas o mensajes no merecen ni siquiera ser leídos!

Dime que te parece absurdo y que no te interesa quien soy, y que todo lo que hago, pienso y escribo te parecen tonterías y creo que sería menos hiriente.

Pero no me digas que admiras lo que hago en los talleres y luego cuando mi reflexión es acerca de la sociedad en que vivimos, me trates como si lo que digo no vale siquiera la cortesía de considerarlo al menos por un momento.

Me pides que “no hablemos de política” lo que en este caso implica, que me calle y me guarde mis preocupaciones o al menos no me te las diga a ti, porque no quieres oírlas, aunque sean acerca de nosotros, porque te fastidia escucharlo. No quiero escucharte. Cállate.

Eso hermano, se siente como la voz de la intolerancia contra la que me he rebelado toda mi vida, porque es la misma voz que se niega a escuchar la voz y el sufrimiento de los otros. Pero cala mas hondo cuando viene de un ser tan querido, como lo eres para mi.

Por eso no me pidas que me calle porque me estas pidiendo que deje de ser quien soy.

¿Cómo puedo ser para una persona tan querida como es mi hermano, la persona a quien se admira en un momento y al siguiente instante la persona cuyas palabras no merecen siquiera ser consideradas?

¿No se te hace raro?

¿Qué puede haber de tan terrible, desagradable o amenazante en mis palabras que necesitan ser descartadas antes de haber sido escuchadas?

Y a menos que me digas que eres adivino o clarividente, no me puedes decir que “ya sabes lo que te voy a decir”. Sabes que eso sería una afirmación insostenible.

Por último, te comparto que me llamo la atención tu mención casual de que a diferencia de otros, “tu no creías en dios” ni “hablabas con las piedras”. No se si lo quieras admitir o lo puedas ver, pero allí estabas implicando algo que no te atreviste a decir, pero querías mostrarme que -si fuera necesario- podrías herirme utilizando ese tema, como si fuera algo que pudiera herirme o desarmarme.

Esa surte de comparación que implicaste entre nosotros, no me causo alarma, pero no pasó desapercibida. Me parece que en los dramas familiares ese es un recurso o una amenaza velada que se saca solamente cuando alguien está muy enojado o cuando se siente amenazado y cuando el impulso de herir se puede salir de control.

Por una parte te agradezco que no hubieras llegado el punto de querer herirme diciéndome que te parecen supersticiones absurdas que hable con el fuego, o que me cuestionaras mi supuesto apego a la ciencia cuando al mismo tiempo pueda yo hablarle a las piedras por así decirlo. Lo agradezco no porque el tema me resulte espinoso, sino por la intención detrás de una discusión de esa naturaleza.

Como me gusta la ciencia más que la ideología, me nace compartirte que ese tema y ese cuestionamiento lejos de herirme, me parece muy válido y muy interesante. Tanto que me he ocupado de el en lo privado y en lo público. Por eso he podido, por ejemplo, conversar hasta con científicos nucleares -literalmente- acerca de la práctica de hablar con el fuego y argumentar sin problemas la forma en que tales prácticas -a diferencia de las creencias religiosas- no tienen nada en contradicción con el método científico, (incluso al final hablaron con el fuego y quedaron muy contentos).

Pero el comentario me llamó la atención porque me hizo notar, que -aunque fuera importante para ti repetirme varias veces que “no estabas enojado”- que algo muy parecido al enojo o incluso mas perturbador se estaba moviendo detrás de tus palabras, si sentiste la necesidad de mostrar que podrías potencialmente cuestionarme con lo que podía parecer un golpe bajo. No se en realidad lo que te pasaba, solo te cuento lo que me pareció, porque creo que vale la pena poner atención cuando nos pasan cosas así, en lugar de esperar que las cosas desaparezcan por el mero hecho de “no hablar del asunto”.

Los pactos de silencio nunca me han parecido buena idea y creo que solo agrandan los problemas que quieren evitar.

Yo no tengo problema en expresar que esta situación es difícil para mi y que me sentí mal y que me perturba. Tiene si, algo de enojo, pero mucho más de preocupación y tristeza.

No te lo has de imaginar, pero como la plática era tan bonita... mientras hablábamos, yo me repetía en mi mente: “no hables de política… no hables de política”. Y también compartia la ilusión de que así se quedara. Curiosamente fuiste tu el que sacaste casi al final un pequeñísimo comentario, que abrió esa puerta e incluso me acuerdo que quisiste detenerte, pero ya era demasiado tarde.

Pero hermano, eso no fue un accidente o un descuido. Esa es la realidad que nos rodea y se nos viene encima, por mas que nos empeñemos en mirar para otro lado. Todos tenemos el mismo problema:  ¿cómo mirar solo a las partes lindas de la vida, sin que los demonios desatados en el mundo y que tocan a nuestras puertas nos quiten la alegría que nos entregan esas partes nobles de le vida?- Algo tenemos que hacer con eso.

Tarde o temprano “el elefante en medio de la habitación” tiene que ser nombrado. Me pasa que creo en el diálogo más que en silencio, como método para unir a las personas. Ese ha sido mi esfuerzo de toda la vida. 

Pero también entiendo que cuando no hay la disposición o las condiciones para una escucha productiva, la insistencia en las palabras puede ser inútil y en algunos casos hasta contraproducente.

Al parecer me resisto a aceptar que este sea nuestro caso, que las palabras sean inútiles o hasta contraproducentes. Por eso ves que no dejo de decirles cuando algo me preocupa. Aunque me quede solo hablando en el desierto.

Creo que me dolería mas no alzar la voz de alarma cuando siento que algo malo puede suceder. Porque además de no ser escuchado por mis seres queridos, me estaría traicionando a mi mismo y eso si que no es negociable para mí.

Me lo has dicho muchas veces y no lo olvido. No voy a cambiar tu manera de pensar. Pero lo que aparentemente no sabes es que esa nunca ha sido mi intención. Creo en el dialogo y en la reflexión, no en el proselitismo ni en las predicas.  

Por ejemplo, cuando les mando alguna nota que -sin olvidar su posicionamiento político actual- pienso puede aportarles algo útil, mi fantasía era que se diera una simple y normal reacción del tipo, “lei lo que me mandaste, muchas gracias” “en eso estoy de acuerdo” o “no estoy de acuerdo pero me pareció interesante” “lo leí pero pero yo tengo esta otra información…. Mira, te doy la liga para que puedas leer lo que yo encontré”. Mi fantasía es que, si tienen el tiempo y la buena voluntad, también me mandaran cosas para poder cuestionar mis propias ideas y enterarme de cosas que no he visto.  El estar de acuerdo sería lo de menos… lo valioso sería que pudiéramos dialogar y compartir ideas, sin que el enojo, la impaciencia o la intolerancia nos quitaran el gusto de la conversación y los beneficios del diálogo.

En otro punto también me dijiste que estabas preocupado por mi y que también mis hermanas lo estaban. Por una parte agradezco la preocupación que interpreto como una expresión de amor. Pero eso a la vez parece sugerir que el que tiene el problema soy yo ¿cierto? ... como si me revelaras "lo que en realidad piensan de mi".

Digamos que tal vez, no hay en México un gobierno en lucha contra la diversidad y el debate de las ideas acerca de los problemas nacionales. Digamos que no hay un líder que habla interminablemente pero que no escucha casi nunca. Especialmente no a los que se permitan pensar diferente. Digamos también que no es un problema que este líder esté todos los días, de todas las semanas y de todos los meses por horas y horas hablando sin parar y rebatiendo y burlándose de quienes no coinciden con lo que él hace o dice. Supongamos que no es un problema que estigmatice a los que hacen análisis y crítica de la realidad nacional. Supongamos que esto no ha afectado ni polarizado a las personas. Por lo menos no a las personas inteligentes como consideramos ser los hermanos Pereda.

¿De veras estoy tan tonto y ciego? Esto, que yo veo y que trato de combatir, ¿es un problema imaginario? ¿No estamos en medio de ese problema hasta el punto de que se ha metido en nuestras casas? ¿O el problema desaparece si no hablamos de él?

Por mi parte tomo nota de que están preocupados por mi y sin duda eso merece mi consideración. Tengo que considerar, por mera congruencia, que a lo mejor yo soy el que está confundido y que estoy juzgando sin ver el panorama mas amplio. Tal vez me falten elementos. Quizá haya cosas que no vea. Pero te aseguro que lo considero y por eso consulto el pensamiento de muchas otras personas, que también analizan esta problemática.

Pero si están preocupados, por favor no se conformen con hablarlo a mis espaldas (si eso sucediera) por favor, sean un poquito más amorosos y acérquenme información. Yo si considero valioso escuchar lo que pudieran decirme. Realmente creo que son personas inteligentes que pueden saber cosas que yo no se. Como siempre se los he dicho, si me mandan información, la voy a leer con interés, sin importar si ya la leí antes o si no estoy de acuerdo. Por cuenten siempre con que lo voy a considerar. 

Otra cosa que interesante que me dijiste es que sientes que siempre trato de “ponerme un escalón arriba” de ustedes o de ti. Eso te lo he escuchado varias veces. Siempre me desconcierta. Lo que de verdad pienso es que a pesar, o quizá gracias a los tropiezos y dificultades que has enfrentado, eres una persona que vale mucho y que tiene mucho de lo cual sentirse orgulloso. Tienes cualidades y logros que admiro y envidio sinceramente (en el sentido positivo de esa palabra). Te lo he dicho muchas veces, y te lo repito hoy nuevamente. No veo porqué tendrías que pensar que alguien y mucho menos yo, necesita mirarte hacia abajo. No es el caso. Las inquietudes, y hasta las polémicas, son y deben ser, acerca de la realidad nacional, no acerca de quien es mejor o quien gana una discusión.

A mi ganar discusiones me parece un esfuerzo banal y contraproducente. Entender la realidad y transformarla, eso si que me apasiona. No intento otra cosa.

En gran medida toda esta carta es un intento, acaso torpe, de compartirte que creo que tenemos un problema un poco mas complicado que simples diferencias políticas.

Imagínate, frente a ti, hay una persona que hace algunas cosas que dices admirar y otras que te fastidian, hasta el punto que te niegas a sus mensajes. Pero es la misma persona.

Frente a mi hay un hermano que me abraza con algunas de sus palabras y luego me manifiesta desdén y fastidio sus siguientes palabras o con sus llamadas a no expresarle lo que me preocupa.

La verdad no se como acomodarlo, pero se siente muy feo.

¿Acaso no te pasa lo mismo?

Termino esta nota agradeciendo si es que no me aplicaste la de “no leo lo que escribes” y sobre todo si si es que te tomaste un momento para considerar este lado de la realidad que se ve y se vive, desde donde yo habito.

De momento, como tenemos ese elefante en la habitación, del que aparentemente no podemos hablar, propongo que tomemos una pausa para considerar y retomemos el diálogo solamente cuando tengamos alguna forma nueva o estemos en posibilidades de hacerlo diferente, para no seguir golpeándonos el rostro contra la misma pared una y otra vez.

Si hay silencio, por lo menos que sirva para recapacitar.

Por lo menos esa es mi propuesta y me tomé días para pensar en esto, lo cual espero sea para ti una evidencia de las cosas que solo se hacen por quienes verdaderamente amamos.